25 de marzo de 2011

Plataforma tiburón, primer buceo de la temporada


Cinco treinta de la mañana, escucho entre sueños el grito del conductor del autobús ―¡Tamiahua última parada!― Me había costado mucho trabajo conciliar el sueño, después de que mi compañero de asiento descendiera en Tuxpan finalmente lo había conseguido. Podía escuchar al conductor, pero no lograba abrir los ojos. Finalmente se acercó y gritó una vez más en mi oído ―¡Tamiahua última parada!― Desperté.

Bajé del autobús recolectando todo mi equipaje. Cuando los buzos viajamos, no viajamos "ligero". Mochila al hombro, bolsa de dormir, tapete, maleta de equipo, almohada, impermeable. La calle aún estaba oscura pero ya se escuchaba a los gallos cantar. Los pescadores se dirigían al mar en sus bicicletas, la señora de la tortillería me saludó y con la sonrisa en la cara levantó la cortina del local.  ―¡Buenos días!―, exclamaban todas las personas que pasaban junto a mí.

No visitaba Tamiahua desde el 2007, así que desconocí el lugar. Afortunadamente Xareni envió un taxi para recogerme.  ―¿Donde estás?― me preguntó,  ―No sé, afuera de un hotel a una cuadra de donde me dejó el autobús―. Por fín llegué a Puerto Lobos.
Ocho de la mañana, todos listos en la lancha terminando de revisar nuestro equipo y abrigándonos para el largo trayecto hacia la Plataforma Tiburón. No deja de sorprenderme que a pesar del movimiento, las olas, el viento, el ruido del motor y el agua de mar cayendo permanentemente sobre nosotros, me dormí sentada en mi lugar recargada en un chaleco compensador. No importa cuan cansado esté un buzo, la expectación por esa inmersión tan esperada, hace que cada minuto valga la pena.
Cerca de las once de la mañana me despertó la disminución de velocidad de la lancha. Al voltear pudimos ver a lo lejos la plataforma. Unos minutos después de todas las maniobras de seguridad, comenzamos a descender por el cabo, nada de corriente. Lo habíamos logrado.
La primera vez que buceé, recuerdo haberle pedido a Gabriel Gedovius que me hiciera un dibujo de lo que acabábamos de ver, ¡quería compartirlo con todos los que no estaban con nosotros! quería que vieran lo que yo acababa de ver. Esto se los cuento porque es muy dificil explicar la sensación del mar sobre mi cabeza. La percepción de los colores, las formas, el agua que se mete a través del neopreno. Lo que les puedo decir es que el tener la oportunidad de ser visitante del mundo submarino por unos minutos ha sido la mejor experiencia que he tenido en la vida.
De pronto enfrente de nosotros los vimos, a ellos, a esos seres tan esperados, a los sábalos, majestuosos, brillantes, moviéndose en grupo, lento, cuidadosamente, como en una danza. Nunca había visto esa cantidad de animales marinos juntos. Cientos de sábalos, escuelas de barracudas y jureles. De pronto Xareni me muestra a lo lejos un grupo de peces ¡Pámpanos africanos! No podía dejar de ver la luz que incidía a través del agua y de los tubos de la plataforma, toda la vida que envolvía cada centímetro de la estructura, la cara de cada uno de los integrantes del grupo.
Mil libras de aire comprimido, era hora de comenzar el ascenso. ¡No me quiero ir! pensé. Esos son los momentos que se disfrutan más. Saber que no podemos estar ahí para siempre, que es tan sólo una probadita, que volveremos en una hora o tal vez al día siguiente, tiempo finito. Nos iremos a casa felices por la experiencia, por el éxito de la expedición, por la convivencia con nuestros amigos, por el cansancio que se disfruta en cada centímetro de la piel, porque empezaremos a planear la siguiente visita al mar, porque ha valido la pena cada segundo de ese maravilloso viaje.

1 comentario:

Bernardo dijo...

Pues más razones me das con esta narración.
¡Al agua buzos que el mundo submarino nos aguarda!
Ya quiero sentir de nuevo aquello que describes como la mejor experiencia que has sentido en la vida.